A la memoria de Lautaro Bugatto, asesinado hace un mes






    Conocí a Lautaro cuando él tenía 10 u 11 años más o menos. Su tía, una gran amiga mía desde hace muchos años me llamó porque en ese entonces yo estaba en Buenos Aires visitando a mi familia. “Quiero llevar a mi sobrino al cine, ¿me acompañás?” Le dije que sí. Nos encontramos por la zona de Puerto Madero, no recuerdo qué cine era pero tenía la ventaja de que a la entrada (y única salida) tenía una cafetería. Como yo también tengo sobrinos y también los llevaba al cine, conocía los gustos cinematográficos de los pibes de esa edad, de manera que le propuse a mi amiga que lo esperáramos en la cafetería de la salida, él veía su película y nosotros podíamos charlar tranquilamente. Él aceptó entusiasmado esa media aventura de entrar solo al cine y saber que, no obstante, no estaba solo.
    A la salida se sentó en la cafetería y mientras tomaba su merienda nos contó la película (cuyo nombre no recuerdo) tan llena de naves espaciales, bichos raros y efectos especiales que nos felicitamos por nuestra decisión de esperarlo a la salida. Me sorprendió la precisión y el detalle de la narración en un pibe de esa edad. 
   Cuando su tía le dijo que yo vivía en España la conversación cambió radicalmente de dirección y el fútbol, su gran y exclusiva pasión, fue tema obligado. Le apasionaba el fútbol y del español sabía más que muchos futboleros españoles. Conocía la alineación de los equipos más importantes, las lesiones y los traspasos de jugadores. No es que yo sepa mucho, pero es que a su lado yo quedaba como un perfecto ignorante. Le pregunté si le gustaría jugar en España y me dijo que sí. Le dije que si algún día iba a hacer una prueba a España yo le daría alojamiento a cambio de que cuando él recibiera el balón de oro se acordara de nombrarme en los agradecimientos. Le gustó la idea y, aunque algo escéptico, me prometió que lo haría.
    Hace hoy un mes fue asesinado por un policía fuera de servicio que disparó siete balazos a unos presuntos ladrones de un ciclomotor que iban desarmados. Uno de esas balas fue a dar en la espalda de Lautaro que salía de su casa para ir a bailar con sus amigos.
    ¿Qué puedo agregar a todo esto? Siento que todo lo que diga no expresará la sinrazón de su muerte. Sinrazón que por otra parte tiene causas perfectamente identificables que son abonadas día a día por aquellos que como un coro de gorgonas claman “¡Inseguridad!” y que si bien su conciencia “accidental y cretina” no les permitirá justificar este crimen lo asumirán como un lamentable error o, como se dice ahora, un “daño colateral”.
    ¿Quién ha muerto? ¿Quién sigue viviendo? Deseo que aquella gente de quien él supo ganarse su cariño y respeto tenga al menos el consuelo de que se hace justicia. “Disparar con una pistola 9 milímetros siete disparos a delincuentes desarmados, obviamente es un exceso inaceptable” dijo la ministra Garré (Página 12, 8/5/12). Que ese “exceso inaceptable” tenga el juicio y la condena que se merece. La vida a Lautaro no se le puede devolver, pero que al menos la condena proteja a los futuros Lautaros de quienes se olvidan que son servidores y se auto-erigen en omnipotentes justicieros. 
Carlos Petilo

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